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Tras un verano en el que el mar ha robado protagonismo a esta línea editorial y en el que la gallina Aurelia ha disfrutado de otro intercambio nórdico (tocaba Finlandia y su sistema educativo), retomo las entradas de este blog, contento por cierto reconocimiento que por prudencia no hago público y hastiado por tanta incapacidad y tanta tontería, de tanta corrupción y tantas corruptelas.

Es un mundo particular este de las redes sociales, estresante para unos y apasionante para otros. Entré en él con el apadrinamiento de Paco Fernández (pacoxxi). Ya el amigo Manolo Ruiz me indicaba hace años que yo era de blog. Todo el mundo hablaba proféticamente: las redes no son el futuro son el presente decían unos, si no estás en las redes no existes decían otros. Nunca terminé de comprender esa suerte de volatilización virtual que se produce si uno no tiene una cuenta de twitter o un perfil de Facebook.

Cuando uno tiene una idea, o una idea traducida en producto, ha de considerar una nueva suerte en este ruedo que es el mercado y esa suerte no es otra que tu reputación digital. Si ya es difícil mantener tu reputación personal y tu reputación íntima (la más importante), toca ahora andar revisando “Me gustas” de proyectos y gestionando los derechos del “Quiero tener un millón de amigos” de Roberto Carlos (lo mismo este ejemplo es anacrónico en esto del social media).

Revisando mis tres años de vida digital reconozco que tiene algo de terapéutico. No me refiero a los cartelitos de buenaventuras, recomendaciones y extractos de libros de autoayuda de gente que da vueltas hablando de cosas que nunca le han pasado (esta es una adaptación de un pasaje de una charla de José Luis Uclés que me pareció soberbio) sino al hecho de que al escribir, al mostrar una fotografía, al compartir una noticia o una canción nos expresamos.

También uno descubre que se reedita “El mundo feliz” de Aldous Huxley (esto tiene algo de control de masas), que hay gente con cargo al erario público con bastante tiempo libre (siempre dije que las redes sustituyeron al solitario) y que hay una corriente voyeurista que poco comparte y mucho escruta.

También uno comparte nubes y sigue en contacto con su alumnado, con antiguos compañeros, con gente que puede resultar interesante.

Se trata, como diría Curro Lucas, de intentar contar historias que muestren el lado personal. En mi caso, considero que lo importante es no avergonzarse de nuestro muro de Facebook.

Si bien considero que en las redes hay mucho de banal y de instantáneo, he de reconocer que proporcionan sorpresas emocionantes y a la vez transcendentes. La última, en mi caso, sucedió este verano.

En el último post publicado en este blog me refería a la presentación que Ecoideas y Muebles Fama hacían en Alhama de Almería de una nueva línea de muebles, refiriéndome en esa publicación a mi imaginario familiar. Días después recibía un comentario a esta entrada en la que un señor intentaba localizar a Ramón Rodríguez Cirera (mi padre), indicando este señor que había perdido contacto con él desde principios de los setenta, coincidiendo con el nacimiento del que (creía) era su último hijo.

Días después contacté con este señor, teniendo éste la deferencia de enviarme una carta entrañable (añoranza epistolar toca) a la que acompañaba una fotografía.

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Miro el instante que ha fijado la fotografía, recordando a los padres que ya no están y que tanto añoro, al hermano que tuve, a parte de los hermanos que tengo, a los abuelos que apenas conocí y al bebé que fui

Y recuerdo el Cicerone del que hablaba pacoxxi y le doy las gracias por haber provocado indirectamente este hecho transcendente en un medio que, sigo pensando, tiene mucho de banal pero que gracias a esto hecho considero menos intranscendente.

Lo mismo este post es demasiado extenso. Digo yo.