Revisando las pruebas de imprenta de una de las unidades del manual Creando Cantera, dirigido a alumnado de secundaria y de la asignatura Empresa e Iniciativa Emprendedora de Formación Profesional, reviso la fórmula para explicar qué entendemos por liderazgo. Para ello recurro a Javier Limón y a Unamuno, éste último es una referencia constante en mi trabajo.
Como futbolero y antiguo futbolista, nada forofo pero sí muy aficionado, me resistía a dar pábulo a este personaje que me preocupa, no tanto por su capacidad como entrenador sino por los valores que transmite. Me refiero a Mourinho.
El técnico luso presenta ciertas similitudes con Don Miguel de Unamuno, entre ellas su carácter itinerante, su acusado egocentrismo y cierta tendencia a modificar el discurso.
Cuando Unamuno viajaba a Madrid solía visitar al filósofo José Ortega y Gasset, al anunciar su secretario la llegada del rector salmantino Ortega le indicaba con sorna que hiciera espacio suficiente para que pasara Don Miguel y su gran ego. En el caso de Mourinho, ese espacio ha sido concedido por un sector del periodismo deportivo que tiende al pasquín, justificando comportamientos poco edificantes.
En el caso de Unamuno la tendencia a cambiar de opinión está en la esencia de su pensamiento, la duda como base del sentimiento trágico de la vida (tan bien reflejada en San Manuel Bueno Mártir). Cuando este comportamiento desembocó en decisiones que él consideró desacertadas, tuvo la capacidad de autoanálisis y retroalimentación para manifestar su desacierto. El cambio de parecer de Mourinho tiene algo más de Maquiavelo, justificando continuamente el uso de medios que quedan en el recuerdo, no por su genialidad sino por su mediocridad, para la justificación del fin: la victoria. Al margen de sus triunfos, es difícil recordar por estética el juego de sus equipos (Oporto, Chelsea, Inter de Milán y Real Madrid), fundidos tras el paso de este particular Atila.
Junto a los matices anteriores lo que diferencia verdaderamente a Mourinho de Don Miguel es la gestión del liderazgo. El liderazgo de Mourinho se ha consolidado en base a la autoridad formal (la potestas de los romanos), la creación de un escuadrón de guardia a su alrededor y la eliminación de cualquier alternativa crítica en la dirección de su equipo es un ejemplo. El liderazgo de Don Miguel se sustentaba en sus capacidades (la auctoritas de los romanos). Para reflejar este liderazgo bien entendido recurro al relato del episodio acaecido el 12 de octubre de 1936 en la celebración del Día de la Raza en la Universidad de Salamanca. Cuando el general golpista Millán Astray se enzarza con Unamuno en una discusión acalorada que alcanza su cénit cuando el militar proclama “¡Muera la inteligencia!”, Unamuno responde al militar franquista “Venceréis pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha”.
Razón y derecho, derecho y razón que sí tiene un señor al que José Mourinho ignoró en otro de sus esperpentos, repleto de espejos como siempre, y que no es otro que Don Vicente del Bosque. Este sí es un ejemplo, empleado para explicar a niños de tercer ciclo la importancia de trabajar en equipo y el liderazgo bien entendido.
Pues eso, señor José Mourinho (recuerdo que me encanta poner el don a quien lo merece) es preciso convencer para ser considerado un ejemplo. Mientras tanto tendrá que conformarse con su autoproclamación, también esperpéntica, como Special One.