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El curso comienza convulso, inestabilidad que se convierte en pauta al reiterarse desde el año 2008. Esta crisis nos muestra un país en blanco y negro, donde afloran con más fuerza las mezquindades antes encubiertas y donde deberíamos reflexionar acerca del tiempo que resta a la gestión el estar combatiendo continuamente la corrupción.

En este inicio de curso arrecian los parabienes a las líneas de investigación, desarrollo e innovación iniciadas hace años en el campo del fomento de la cultura emprendedora. Si bien uno espera un espaldarazo concluyente a los méritos contraídos que den cuerpo a la propuesta y viabilidad al equipo, el escepticismo me lleva a seguir confiando en la estrategia de la lagartija, consistente en colarse por las rendijas que los espacios reservados dejan a las propuestas independientes. Son tantos estos espacios y están tan mal ocupados que ponen a prueba continuamente la tolerancia a la frustración.

Como indico desde hace años, en la consultoría la independencia cuesta dinero. Como siempre, cuidando la reputación íntima, la más importante. Siempre quedará morir de coherencia, simulando de forma figurada a Miguel Hernández.

Estas últimas semanas analizo la propuesta que TVE realiza en relación al hecho de emprender bajo el título “Código Emprende”. Vaya por delante que es de agradecer cualquier intento de esta naturaleza, pero considero que en el fondo y la forma se incurre en errores que, al margen de lo inadecuado del horario, llevan al fracaso de la propuesta.

Juan Ramón Lucas

Juan Ramón Lucas. Conductor Código Emprende

El formato de concurso hace mucho daño a la exposición del hecho de emprender, forzadas resultan las recomendaciones (lo son siempre en este campo) y forzados los instrumentos (el out training tipo “supervivientes”, el vértigo desafiante del ascensor o el uso de las fórmulas esnobistas de las escuelas de negocios). Además, se observa un sesgo hacia la teoría de organizaciones y el marketing; dejando en un segundo plano aspectos como la creatividad, la forma de llegar a la idea, los conocimientos y el elemento.

Hubiera sido más interesante revisar el ciclo emprendedor, del que hablaba en post anterior, dando cuenta del alumbramiento de la idea y de la maduración de la oportunidad.

Las formas también son tópicas, desde el entorno incubado y magnífico tan del gusto de las políticas activas de empleo a las formas mesiánicas e impostadas de asesores y asesoras. Impresiona el doble plano del primer capítulo, con las asesorías en el púlpito y quienes emprenden alzando la mirada. Sería interesante una mayor variedad en las empresas que concursan (procedencia rural y urbana, personas que reorienten sus empresas,…). Los magníficos modelos de las asesorías me llevan a buscar un equilibrio entre el estilo playero de mis compañeros (aprovecho este medio para solicitar revisión y para rechazar la solicitud de cobertura del suelo de nuestra oficina con arena de playa) y los trajes de chaqueta y cuello almidonado.

En otro orden, existe un exceso de conducción y narración en el programa, cuando lo que interesa es la explicación directa de quienes en él participan, protagonistas principales.libro-el-principito

En definitiva, de nuevo un repertorio de  estereotipos que me llevan a reflexionar acerca de la necesidad de fundar un movimiento “slow emprende” en el que el manual básico sea El Principito. Hay mucha más enseñanza en materia emprendedora en la caja que contenía el cordero que tanto le costaba pintar y en la posibilidad de asistir a puestas y amaneceres continuos con solo mover la silla en aquel diminuto planeta.

Como El Principito, hay que advertir los peligros de hacerse mayor y con ellos la posible pérdida del vigor y la vigencia. Por ello, en el hecho de emprender es el magisterio quien puede promover los valores de las personas emprendedoras. Eso sí, en primer plano y sin tener que colarse entre las rendijas.

Ya lo cantaba Bunbury…